Inicié en el parapente en Punta Ballena, en el este de Uruguay, con Ramón Sierra en 2014. Ya para el 2018, construí mi primer torno y comenzamos a incursionar en el vuelo libre con mi novia Florencia.
Comencé con una Ozone Buzz Z4. Cuando sentí que necesitaba ir más rápido, conseguí una Delta 2 de segunda mano con la que hice mis primeros 100km. A fines de 2020, adquirí mi primer carenado, un Advance Lightness 3. La comodidad aumentó muchísimo y conseguí mis primeros 200km.
Quería cambiar de ala y un amigo me prestó su Niviuk Peak 5 nueva. Conecté de inmediato con ella. El 7 de enero me la vuelve a prestar y conseguimos el vuelo tan renombrado – más de 400km por Uruguay. Me quedé con su vela ¡y tuvo que comprar una nueva!
Ese día, volé con Ángel Giménez. Habíamos comenzado a volar en equipo y nos ayudó a avanzar muchísimo, tanto en vuelo como a analizar y elegir mejor los días para abandonar el trabajo.
El récord uruguayo era de 283km de la mano de Walter Rodríguez. Con mucha suerte y estirando planeos llegaríamos a los 300km, pero resultó ser que el día tendría mucho más que entregarnos.
Despegamos desde un camino vecinal sin tendido eléctrico. Tenemos muchas opciones y ese día en particular despegamos desde el litoral oeste del país, cerca de Mercedes, donde reside mi compañero de vuelo.
Despegamos más temprano de lo habitual. Los primeros kilómetros fueron difíciles, techos muy bajos y mucho viento. Las derivas eran grandes y al despegar ambos con el mismo torno fue difícil juntarnos en el aire.
El vuelo con Ángel es muy distendido. Volamos principalmente para disfrutar y lo conseguimos. El día estaba bastante técnico y a menudo nos ayudamos corrigiendo el pilotaje de uno y otro, macando térmicas y hasta dando palabras de aliento.
Llegando al centro del país, los cúmulos estaban formados. Teníamos la opción de cruzar el río Negro y avanzar viento en cola, pero la condición hacia el norte parecía poco favorable, así de decidimos mudarnos dos calles hacia el sur y continuar al este.
A cinco horas de vuelo, perdí mi concentración y no lograba subir rápido. Ángel estaba más alto, pero cuando le pedí que avanzara se negaba. Mi vuelo estaba ralentizando el suyo y los 300km eran latentes, así que le convencí para que siguiera, mientras me hundía en una descendente interminable.
Logré salir de esa descendente a unos 220m sobre el suelo y remonté a más de 2000m. Estaba nuevamente en vuelo pero ya habíamos tomado una distancia considerable. Después de una hora, Ángel aterrizó con unos 315km. Más que conforme.
Cuando llegué, decido aterrizar para culminar nuestro vuelo en equipo. Estaba a unos 1800m y todos, incluyendo Ángel, me animaron a seguir. Tras dudar unos minutos, continué con las térmicas flojas desprendidas por el terreno empedrado y montes forestales que me permitieron planear hasta la última ruta transitada del país. Una vez allí, conseguí un aventón a la ciudad más cercana donde llegaría mi novia con Ángel a bordo.
Pensé que podría cruzar la frontera, pero estaba atento a no hacerlo. Había poca recepción para cargar los mapas y calcular dónde aterrizaría, ya que no reconocía la zona. No estoy seguro de querer cruzar la próxima vez y menos con la situación Covid. Pero sería buena idea llevarme el pasaporte.
Creo que se podría despegar más temprano. Pero estoy seguro que sería mucho más difícil mantenerse en vuelo, los techos son bajos, unos 600m a las 10am y no hay montañas para apoyarnos y esperar.
Nos invitaron a Quixadá. No buscamos hacer 500 ni 600km, pero sí poder volar más y conocer nuevos lugares.
Hay unos 30 pilotos en Uruguay y anualmente tenemos nuestra Copa nacional de distancia. La de este año se suspendió por la pandemia, pero volamos en grupos pequeños. En otras jornadas hemos despegado de a tres tornos simultáneos, pero no todo piloto está preparado para volar en equipo.
Después del vuelo, me sentí satisfecho. En vuelo, uno siempre tiene tiempo de meditar y reflexionar lo que nos llevó a estar ahí arriba, agradecido de tener gente que nos apoya y nos anima a seguir. Creo que ese vuelo en particular me ayudó a ver las pequeñas cosas que se unen para lograr algo notorio.
Quiero agradecer a mi novia Florencia González, que además de piloto es tornera y rescatista de infinidad de vuelos tanto míos como de otros pilotos. Fue la persona que mientras estaba indeciso en vuelo me envía su mensaje de “Vos seguís volando que yo te voy a buscar adonde sea”. Todos necesitamos a alguien así en nuestras vidas.
Joaquín Stable tiene 30 años y voló 418km de oeste a este por Uruguay el 7 de enero y rompió el récord nacional. Voló con una Niviuk Peak 5 (EN D). Entrevista de Joanna Di Grígoli