Mientras que los Alpes europeos tienen despegues de hierba, cafeterías y gamuzas majestuosas, las montañas de San Gabriel alrededor de Los Ángeles tienen robles venenosos, taquerías y pumas. Inspirados por la carrera de aventura europea, Mitch Riley, Cedar Wright y Logan Walters salieron a una aventura de tres días por la cuenca de Los Ángeles.
Es solsticio de invierno, no precisamente la mejor época para volar en Estados Unidos y estamos viendo la cuenca de Los Ángeles, no precisamente el mejor lugar para un vivac. A mi izquierda, Cedar Wright, conocido en la escalada y por su personalidad, pero obsesionado por el parapente y a mi derecha tengo a Mitch Riley, una leyenda del deporte y gran amigo y mentor de Cedar y mío también.
“Claro que va a funcionar”, dice Mitch mientras unos ciclos flojos deambulan por la montaña apenas calentada por el sol invernal. No puedo evitar preguntarme, mientras veo lo urbanizada que es Los Ángeles, si el entusiasmo de Mitch es errado. “¿La idea de un vuelo vivac en la cuenca de Los Ángeles el día más corto del año es estúpida o genial?”
Despego de primero, manteniéndome apenas sobre el relieve, mientras espero que vengan mis amigos y quizás aterricen conmigo. Hay tantas interrogantes en esta aventura. Nos dirigimos a la térmica de servicio y empezamos a remontar. Estoy alto con Cedar justo abajo y Mitch 100m más abajo que el. Le toca a Mitch decidir cuándo empezar la transición por estar más bajo y empieza a volar hacia el este. Su yo interno grita, “¡Date la vuelta, estás demasiado bajo!”, y nos regresamos a la térmica de servicio con el rabo entre las piernas. Nuestro vuelo vivac empieza con malos auspicios; ninguno quiere caminar por la autopista tres días. Estamos conscientes de que si no podemos alejarnos del despegue, este vivac habrá terminado antes de empezar – ¿no es ridículo?
Regresamos al despegue y volvemos a remontar. Ahora, es Cedar quien está más bajo y es su turno decidir. No subimos más que en el primer intento, así que lo intentamos y vamos bajos. No se ve prometedor, pero Cedar acelera como loco para cruzar un valle amplio hacia su única esperanza de térmica. Lo seguimos de cerca, buscando la mejor línea y apuntamos a la base de una arista en frente de nosotros. Estamos a unos 5km del despegue y seguimos en modo supervivencia.
Por suerte, Cedar había estado entrenando y volando mucho los últimos seis años y en 2020 quedó de sexto en el XContest de Estados Unidos (una proeza aquí en EEUU donde volamos en los lugares más remotos y turbulentos del mundo). Cedar va a necesitar cada gramo de esa experiencia para encontrar la próxima térmica y mientras empieza a girar al compás de su vario, respiramos aliviados. Mitch y yo llegamos antes de que completara su primer 360 y giramos en unísono por la arista estabilo con estabilo. ¡Sí va a funcionar!
Avanzamos rápido los siguientes kilómetros volando cerca. El equipo vuela bien gracias a las reglas que Mitch estableció antes del viaje:
- Todos giramos juntos en térmica
- Trabajar juntos para remontar. La meta no es subir más rápido que el grupo sino subir juntos y buscar la mejor ascendencia
- Si alguien se abre a buscar, permitirle regresar
- Al unirte en una térmica, asegurarse de no afectar al piloto que la esté marcando
- No rebasar demasiado a un piloto en térmica. Más de 100m te ayuda a ti, pero no al equipo
- El piloto que esté más bajo decide cuándo empezar la transición y adónde ir
- Separarse en transición, pero no más de 50m para que ninguno tenga que hacer un 360 para regresar al grupo
- Por ser un vuelo vivac y como debería ser divertido, despegamos juntos y aterrizamos juntos, la distancia no importa tanto como el equipo. La aventura es mejor cuando se comparte entre amigos.
Mitch es nuestro sensei. Después de años de haber competido y cazado récords, Mitch tiene todas las herramientas necesarias. Cuando yo estaba aprendiendo a volar, Mitch competía en la Red Bull X-Alps y desde que regresó, ha estado conmigo en cada paso, siempre dispuesto a compartir su conocimiento y alentándome a ser mejor. Finalmente, después de tres años de entrenamiento, Cedar y yo podemos volar con nuestro mentor. Ya no lo seguimos desde la retaguardia. Contribuimos a la eficiencia.
Por ser el miembro del equipo con la menor cantidad de años volando, no quiero ser el que aterrice primero y obligarnos a caminar. Mantengo la cordura cuando Mitch empieza con su tendencia de irse bajo y acelerar más que el resto. Vamos como bólidos, volando polea con polea mientras el sol hace que se agranden las sombras de los rascacielos a lo lejos. Las estribaciones enormes que rodean la cuenca de Los Ángeles son sorprendentemente salvajes y espectaculares y me tomo un instante para disfrutar del hecho que este hermoso lugar de verdad funciona.
Mitch hace una última transición y lucha para remontar hasta un cortafuego en la cresta para aterrizar. Cedar y yo volamos dos kilómetros más hasta un lugar más grande y aterrizamos a unos 50km y dos horas del despegue. Discutimos los próximos pasos. Cedar quiere caminar toda la noche lo más alto que podamos. “¡Estoy listo para sufrir!”
Sin embargo, Mitch aclara que no siempre la distancia ayuda y que, de hecho, subir más podría ser peor a la larga porque no sabemos si se puede despegar más arriba. Ha que comprometerse a “Caminar un rato sin un plan concreto y encontrar un lugar para acampar”. La aventura es tan fácil como empezar. Menos estupidez, más genialidad.
‘¿Cuál es el plan?’
No habíamos hablado mucho en vuelo y decidimos no traer radios porque tenemos toda la información volando juntos. Mientras caminamos con comentarios de fondo, pareciera que siempre hay algo de qué hablar. No puedo evitar reírme mientras Cedar y Mitch discuten si Los Ángeles es o no una de las ciudades más pobladas de Estados Unidos. Mientras que vemos la puesta de sol, disfruto de la discusión.
Cuando salimos de la carretera de tierra hacia una autopista congestionada, la gente de la zona de Los Ángeles está en las colinas viendo el encuentro de Júpiter y Saturno, acontecimiento que no sucede desde 1226. Una familia en una furgoneta nos ofrece mirar a través de su telescopio e incluso con toda nuestra confianza junta no logramos descifrar cómo usarlo. Hora de caminar.
“Entonces, ¿cuál es el plan?” Pregunto, seguro de que alguno tiene idea de adónde vamos.
“Oye Mitch, ¿quieres una gomita mágica? ¡Son buenas para caminar!” Cedar mete la mano.
“Excelente”, dice Mitch mientras bebe whisky que escondió dentro del arnés. ¿Estupidez o genialidad?
Cedar propone subir el monte San Antonio (1.897m), pero con la poca cobertura celular que hay para revisar el clima, queda claro que no se podría despegar con el viento de mañana. La conversación continúa mientras los autos dan carreras por la carretera y nos metemos en los arbustos para evitar que nos atropellen.
Un par de horas después, la carretera llega hasta la cima y en lugar de bajar hacia San Antonio, pasamos un portón hacia un cortafuegos y acampamos. Las luces en Los Ángeles son brillantes y hermosas y después de hablar de parapente y de la vida, fue hora de dormir. No sabemos dónde estamos, pero encontraremos un lugar para despegar en la mañana.
‘Cedar, es tu turno’
Es una mañana sin apuro y decidimos seguir hacia Marshal, el mejor despegue de la zona. El siguiente paso es encontrar un despegue que funcione en la mañana – después del café, por supuesto. Después de menos de 20 minutos de caminata, encontramos el despegue perfecto. Bueno, perfecto porque no tiene arbustos y el viento sopla de frente, pero ve hacia el norte y nosotros queremos ir al sur. Además, no hay aterrizajes alternos que no tengan roble venenoso y ocho horas o más de caminata entre la maleza.
Cedar expresa su preocupación. “Si estuviera solo, seguiría caminando porque no quiero morir. Pero no estoy solo, estoy con el señor X-Alps, así que…” le dice a Mitch que ya está abriendo su ala.
Cedar tiene razón. Es un planeo largo por cañones profundos, mucha vegetación y sin caminos. Mitch mira desde su ala. “Se ve bien”. De hecho, Mitch ve más allá. No quiere salir de los cañones sino adentrarse en ellos, ir a terreno aún más inhóspito; una línea profunda y un atajo potencial para alejarse de la seguridad subjetiva de las calles de Los Ángeles.
Entonces, como buenos compañeros de equipo estamos de acuerdo, “Cedar, es tu turno”. Y con fe en nosotros, Cedar medio bromea, “Bueno, al menos me estrellaré de primero”. Cedar despega nervioso y pasa hacia el sur. Con la esperanza de perseguirlo y aterrizar, doy la vuelta a la esquina y veo a Cedar 100m sobre el despegue y subiendo. ¡Increíble! Son las 9am y encontró la única térmica en California.
Remontamos juntos y nos sentimos mejor. Mitch nuevamente está más abajo que el resto y nos preparamos para la transición. Pero Mitch tiene otros planes. A medida que se adentra casi 100m más bajo que nosotros, Cedar y yo tenemos la confianza de que al menos aterrizaremos en los matorrales juntos. ¿Genialidad o estupidez?
La siguiente arista no promete y no parece mejorar durante la transición. Pero Mitch es quien decide por estar más bajo. Contenemos la respiración mientras Mitch, tranquilo, pasa la cresta con menos de 10m. Nos damos cuenta rápidamente que el otro lado de la montaña no es seguro, solo tiene más piedras, árboles, cascabeles y pumas. No logra mantenerse y se aleja optimizando su planeo lo máximo posible mientras encojo las piernas para ver.
Sale del cañón a duras penas, pero todavía falta. Hay cables y árboles por todos lados y acelera hacia el otro lado del cañón hacia un sendero. Suelta el acelerador y frena para aterrizar en la ladera: qué talento. Casi tengo celos por tener la oportunidad de usar sus habilidades, que he estado practicando, pero al mismo tiempo me siento aliviado cuando aterrizamos en una zona más plana más adelante. Mitch nos dio otra lección de optimismo.
Todos los lugares donde aterrizamos parecieran tener un sendero que sube. Puede que Los Ángeles sea un lugar excelente para el vuelo vivac. Mitch nos enganchó con este buen inicio, pero los días son cortos así que recogemos rápido y caminamos a un ritmo menos conversador hasta al siguiente ‘despegue’. Unos 700m de desnivel después, llegamos a la cima de una montaña con arbustos, pero no encontramos un despegue.
La primera opción es una carretera en la dirección equivocada y un sendero pequeño para correr. Cedar decide seguir buscando. Encuentra un segundo despegue con menos pista, pero con buen ciclo quizás no termines en los arbustos.
“Cualquier cosa que decidan, yo los sigo”, digo. Me parece que en despegues difíciles, lo mejor es que la persona que esté más clara despegue de primero para mostrar cómo hacerlo. Después de ver la opción de Cedar, decidimos unánimemente regresar al primer despegue. Observamos conteniendo el aliento mientras Mitch prepara su ala para intentar despegar de frente desde el sendero entre un laberinto de arbustos. Exhaló profundamente, se inclinó hacia atrás y corrió como el jugador de rugby que es y el ala subió perfecta a la vertical. Dio dos pasos más y despegó como por arte de magia desde un despegue casi plano.
“Muy bien, funcionó, haz lo mismo”.
Cedar también despega bien y me quedo solo viendo a mis compañeros subir en una térmica. Doy lo mejor de mí mientras mi Zeno sube a la vertical. El lado izquierdo no se infla por estar detrás de los arbustos y uso todas mis habilidades para seguir corriendo por el sendero. Me lanzo de cabeza, con los brazos extendidos hacia atrás, sobre un arbusto con espinas que quiere agarrarme y apuñalarme mientras se aleja el suelo. ¡Qué suerte! Estuvo cerca, pero seguí adelante.
Hora de tacos
Avanzamos rápido los 40km siguientes volando juntos mejor que nunca. Mitch ve un puma mientras perseguimos unos pájaros hacia Marshal. En una térmica turbulenta, Cedar grita: “¡Deberíamos aterrizar cerca de una taquería!” Europa puede que tenga aterrizajes con césped, trenes y espresso caro, pero en Los Ángeles tenemos una autopista contaminada y tacos en todos lados.
El último punto difícil es el paso del Cajón que aspira aire hacia el desierto al norte. Tendremos que bajar la velocidad y encontrar una térmica en el llano. Con el sol tan bajo en pleno invierno, es mucho pedir y giramos ceros, exprimiendo la térmica suave. Por primera vez, Mitch está más alto y antes de perderlo todo, se va de transición. Lo sigo, pero Cedar está más bajo. Esperamos que este sea el planeo final e incluso si Mitch y yo encontramos algo, aterrizaremos para caminar con Cedar por la calle.
Paso sobre la autopista y veo las caras de los camioneros mientras tocan la bocina y aterrizo junto a Mitch para esperar a Cedar. Milagrosamente, Cedar está apenas a kilómetro y medio en las vías del tren. Corre hacia nosotros, pero no logramos oírlo con el ruido del tráfico. De repente, empieza a gritar “¡No! Ahhhh!” mientras un pitbull se lanza a atacarlo. Pasa a modo guerrero y asusta a la bestia con su fuerza y su estilo.
Una vez reunidos, caminamos hasta una taquería barata para recargar antes de nuestra caminata por la ciudad. Esto se está convirtiendo en una aventura sin precedentes. Cuando llegamos al aterrizaje de Marshal al atardecer, saltamos al estanque para lavarnos la mugre angelina. Hacemos una última caminata hasta el campamento y posible despegue de mañana. La previsión no pinta bien, con viento de norte fuerte, pero eso es mañana y hasta ahora el optimismo ha sido una herramienta bastante eficaz. Así que, esa noche armamos campamento mientras las luces se encienden en la ciudad y nuestras voces llenan el aire de historias.
Cerca de las 5am, empiezan a caerme encima piedras cada vez más grandes que se desprenden de la montaña debido al traicionero viento Santa Ana. Me acuesto de lado justo cuando Cedar se despierta de golpe por el vendaval y en un instante, los zapatos y la chaqueta que usaba de almohada salen volando. Se acabó la travesía.
No puedo moverme porque estoy usando el ala de colchoneta y no puedo dejar que salga volando. Mientras tanto, Cedar da brincos descalzo buscando sus zapatos y su chaqueta por la montaña. No pude evitar reírme del viento de 100km/h. Un minuto después, Mitch sube por la montaña con su vela como un cachorro herido. El vendaval sacó el ala de la mochila y la arrastró por los matorrales dejándola inservible. Cedar grita mientras camina con sus zapatos y su chaqueta: “¡Estamos fregados!” Así se acabaron los X-Alps angelinos.
¿Estupidez o genialidad? Diría que fue un poco de ambas, como casi toda gran aventura.
Texto de Logan Walters